Obdulia Taboadela Álvarez. Empatía, feminismo y política para el cambio.

 In Resistencias
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Obdulia Taboadela fue y es mi maestra.

Tuve la suerte de disfrutar sus clases de Sociología del Trabajo (que siempre aterrizaba de los textos a la realidad) y de trabajar con ella en una investigación. Y digo Con ella y no Para ella, porque siempre me hizo sentir así, parte importante de un proyecto. De hecho, recuerdo que insistió en que las novatas becarias apareciéramos en la publicación como autoras, fiel en su empeño por la justicia y por no apropiarse del trabajo ajeno. Desde su posición de maestra me abría, nos abría, una nueva forma de entender el poder, las relaciones sociales y las desigualdades.

Nació en Madrid el 22 de noviembre de 1964, en aquel baby boom español en el que la capital recibía a hijos e hijas nacidas del éxodo rural y el desarrollismo de la época.

Soy la segunda de cinco hermanos y hermanas. Mi padre tenía tres trabajos, como correspondía a ese padre de familia numerosa, y mi madre era ama de casa. Tuve eso que llaman una infancia feliz donde mis padres me aportaban seguridad, cobijo y amor, así como una transmisión oral potentísima de valores de izquierda fundamentada, en parte, en la biografía de mis abuelos maternos y de mi madre que vieron como el franquismo truncaba una parte de sus vidas.

Sus abuelos maternos eran de Ourense. Vivían su ideología de izquierdas con los riesgos del momento. Su abuela tenía un carácter muy fuerte, algo opacado por la arrolladora personalidad de su abuelo, que tras el golpe de Estado de Franco decide pasar a la acción y se alista en el ejército republicano. Como era un intelectual, se dedicó a enseñar a leer y a escribir a los soldados, además de ayudar a pasar a muchas personas, principalmente judías, que huían hacia Estados Unidos del régimen de Vichy y de la Alemania Nazi a través de Francia y Portugal. Pagó su compromiso político con huidas, monte y una condena a muerte, de la que se libró por una confusión de los franquistas en el día de su detención que le ayudó a escaparse. Se fueron a Madrid, primero huyendo y luego ya el régimen les dejó estar, aunque a costa de su carrera académica. Los Jesuitas del Colegio San Ignacio de Madrid lo acogieron y dio clases de lenguas clásicas y literatura hasta su jubilación, por lo que Obdulia crece entre poesía griega y latina e historias de solidaridad internacional.

Siempre contaba que fue un soldado que nunca tuvo un arma ni pegó un tiro, pero llegó a ser comandante de las guerrillas culturales. De las historias que contaba cuando era pequeña, recuerdo que hablaba de esos abrazos fraternales que se daban cuando los refugiados alcanzaban la frontera y estaban a salvo; no se entendían porque hablaban lenguajes diferentes, pero ese era el abrazo de la solidaridad. Esa ideología de izquierdas inoculada a través de mis abuelos, de mi madre y de mi padre me hizo tener un compromiso ideológico muy temprano.

La ideología comunista y socialista de su familia chocaba con la educación que recibía en los colegios privados religiosos en los que se educó. Sus padres escogieron esta educación ya que en ese momento tenían unos estándares de calidad más altos y más horas de clases; aunque no siempre pudieron pagarla y Obdulia y sus hermanos/as terminan su escolarización en la pública.

La educación pública era carne de cañón dirigida a que los hijos de los obreros aprendiesen las reglas básicas. Yo ya viví esa primera contradicción, con mis compañeras afectas al régimen y con una vida mucho más fácil en el sentido económico que la mía, así que muy pronto también entendí lo que eran las desigualdades sociales y me enfrenté a eso que llaman las clases sociales.

La fortaleza de las mujeres de su familia, especialmente su madre, marcó profundamente su carácter e ideas.

Mi madre era feminista. A pesar de ser nacida durante el franquismo y no trabajar fuera de casa, era una mujer muy moderna, muy adelantada para su época y de ideología muy abierta. Para que te hagas una idea, fue con quién fui yo a mi primera charla de educación sexual al centro de Planificación Familiar del Partido Comunista. Esa era mi madre. Nos hablaba mucho de sexo, de política, de fuerza y de mujeres; mi crianza fue siempre feminista e igualitaria. Tuve la suerte de crecer en una familia donde no se hacía distinción entre mujeres y hombres, ni para las tareas domésticas, ni para los valores que se transmitían, ni para la relación con el otro sexo, ni para el sexo. Ese era el tipo de cosas que yo notaba que eran diferentes a las vidas de mis amigas y mi entorno, pero que ellos lo vivían con mucha naturalidad. Mi padre siempre acompañó a mi madre, ayudaba en casa a pesar de que casi nunca estaba.

El contexto en el que creció, con una familia moderna de izquierdas que chocaba con una escolarización y sociedad muy conservadora, le despertó el interés por entender la organización social y las causas y consecuencias de las desigualdades.
Su abuelo le heredó su gusto por los libros y aprender; de su padre tomó la bondad y la claridad sobre lo que está bien y lo que está mal, pero es a su madre a quien le debe más de su personalidad.

La fuerza, la seguridad en mí misma. Esa condición de criarnos orgullosos de lo que éramos a pesar de nuestras dificultades y, sobre todo, a pesar de ir en contra del mainstreaming. Porque era muy difícil para una niña llegar a casa y decir, mamá: ¿por qué vosotros no sois religiosos? ¿por qué criticáis a Franco? ¿por qué pensáis de forma diferente? ¿por qué tenemos menos dinero que las niñas de mi clase? Vivíamos contra el mainstreaming y, sin embargo, nos enseñó a estar orgullosos de nosotros mismos y de ir con la cabeza muy alta siempre defendiendo en lo que creíamos, nuestras ideas.

El contexto en el que creció, con una familia moderna de izquierdas que chocaba con una escolarización y sociedad muy conservadora, le despertó el interés por entender la organización social y las causas y consecuencias de las desigualdades.

Su abuelo le heredó su gusto por los libros y aprender; de su padre tomó la bondad y la claridad sobre lo que está bien y lo que está mal, pero es a su madre a quien le debe más de su personalidad.

La fuerza, la seguridad en mí misma. Esa condición de criarnos orgullosos de lo que éramos a pesar de nuestras dificultades y, sobre todo, a pesar de ir en contra del mainstreaming. Porque era muy difícil para una niña llegar a casa y decir, mamá: ¿por qué vosotros no sois religiosos? ¿por qué criticáis a Franco? ¿por qué pensáis de forma diferente? ¿por qué tenemos menos dinero que las niñas de mi clase? Vivíamos contra el mainstreaming y, sin embargo, nos enseñó a estar orgullosos de nosotros mismos y de ir con la cabeza muy alta siempre defendiendo en lo que creíamos, nuestras ideas.

En 1982 comienza a estudiar Sociología en la Complutense. Tenía 17 años y se vivía en España la transición.

Era lo que más se parecía a lo que yo quería hacer en la vida y lo que quería aprender. Es verdad que también tenía ya cierta vocación docente. Justo ese año ganaron los socialistas y me quedé sin la mitad de los profesores porque muchos fueron al primer gobierno de Felipe González. Estudiaba por la tarde porque por la mañana trabajaba en una casa cuidando a unos niños y ayudando en la limpieza. Había que colaborar en casa; daba todo el dinero porque hacía falta. Me gustaba mucho ir por la tarde porque me gustaba más la gente mayor que la de mi edad; todos trabajaban. Disfrutaba muchísimo de las clases, teníamos profesores excelentes y era un ambiente muy estimulante. Era todavía la transición y se estaba consolidando la democracia, había un ambiente de discusión sobre el modelo de Estado, el modelo de país.

Un momento interesantísimo para estar en la universidad ya que, además, estábamos accediendo por primera vez los hijos de la clase trabajadora de forma masiva. Todos esos babyboomers accedíamos a la universidad y eso cambió la vida de este país para siempre, sin duda. Probablemente sea uno de los hechos más radicales, la creación de esa clase media funcional que son hijos de clase trabajadora y que han accedido, a través del mérito y los estudios, a una posición de clase en la que sus padres nunca hubieran soñado.

Pasa una juventud comprometida, no afiliada a ningún partido, que la llevó a participar con un NO en el referéndum de la OTAN (1986) y en las variadas manifestaciones de aquella época. El ambiente universitario de la facultad de sociología, sin duda, seguía en la línea ideológica de su infancia.

La universidad le marca profundamente.

Yo me sentía una privilegiada por efecto de clase y por efecto de género. Sentía que éramos sujeto en la historia, dicho en términos cuasi marxistas. Que estábamos ahí para cambiar este país; teníamos derecho, pero también una obligación de ser sujetos del cambio. Ese compromiso colectivo lo recuerdo mucho más que el individual. Saber que estábamos ahí haciendo un país nuevo entre todos; que se necesitaba gente con preparación intelectual y con capacidad de discernimiento para para hacer este país mejor.

Acabó la universidad en 1986 con 21 años y, entre tanto, ya se había casado (a los 18), vivido en Salamanca y divorciado (a los 21).

Mi madre dice que tiene bastante claro que era por salir de casa, porque realmente ya me quedaba muy pequeña y necesitaba vivir más. Me casé con mi primer novio. Mi madre me hizo prometerle que no dejaría los estudios. A mí me resultaba tan lejano… pues los estudios eran lo más importante de mi vida; el estudio ha sido el amor de mi vida.

Se graduó el mismo año que se separó, con mucho apoyo de su familia. Volver a casa de sus padres no era una opción para ella, por lo que se puso a trabajar. El sociólogo Ángel de Lucas[1] y algunos profesores más como Jesús Ibáñez[2] montaron un curso de posgrado en técnicas cualitativas y cuantitativas de investigación que Obdulia hace.

Enseguida empecé a encontrar trabajo de analista cualitativa en el mercado de la publicidad, que estaba creciendo muchísimo y las empresas necesitaban muchos técnicos de marketing. Y ahí estaba yo, trabajando de freelance, decidiendo hacer la tesis y aplicando para una beca.

Consigue una beca predoctoral, de las primeras becas de formación de personal investigador financiadas por el Estado. En ese tiempo inicia una relación de pareja con un hombre que se convertirá en el padre de su hija, con el que se casó en una de sus estancias de investigación en Estados Unidos.

Fueron unos años muy divertidos, los felices 90. Madrid bullía, seguía bullendo, yo me sentía la reina del mambo. Si algo de verdad me define como persona es la suerte que he tenido siempre, y esa época fue una época muy feliz de formación, aprendizaje y de pasármelo muy bien.

Yo me especialicé en sociología industrial y del trabajo, y decidí hacer la tesis sobre el sindicalismo en la transición. La dirigió Víctor Pérez Díaz[3], pero el que me orientó más fue Juan Jesús González[4]. Saqué la tesis en el 1992, 6 años más tarde; la leí embarazada de cuatro meses de mi hija. Me sentí muy satisfecha de haber logrado ser doctora. Eran unos años en los que era muy fácil entrar a universidad comparado con ahora, porque toda esa creación de universidades y de alumnado llegando a la universidad había aumentado exponencialmente las necesidades de personal. Allí mismo, en el departamento de la Complutense donde hice la tesis, logré mi primer contrato, muy precario, de asociada.

Ya había dado clases esos años, viajado al extranjero en estancias cortas de investigación, había estado dos veces en Estados Unidos, impartido clases en Inglaterra, publicado en revistas de impacto…, tenía un bagaje bastante notable.

Era lo que yo quería; siempre he querido hacer muchas cosas en la vida, la he exprimido. Será que pienso que esto de vivir es un privilegio y hay que sacarle todo el jugo posible. Y bueno, tuve la suerte de tener compañías que no me hicieron sacar el jugo por el lado equivocado, porque es verdad que en esos años era bastante fácil equivocarse de bando.

Embarazada de su hija se embarga de sentido de realidad y piensa en mudarse a vivir a A Coruña, de donde era su compañero,pensando que allí él tendrá más oportunidades laborales y estabilidad que en la capital.

Es verdad que no me tiré a la piscina. Estaban abriendo la Facultad de Sociología de A Coruña y ahí vi mi oportunidad. Me presenté a una plaza de Estructura Social y no la conseguí esa primera vez. “Los renglones torcidos que escriben derecho”, porque crié a mi hija unos meses. Es verdad que no me sentía muy a gusto con esa tarea porque yo quería trabajar, pero hubiese hecho la burrada de no pillarme ni baja maternal si hubiera llegado a entrar. Cuando Bea tenía 9 meses saqué la plaza titular interina en la UDC, en el 93, y en el 95 fija. Esos saltos hoy serían imposibles pero entonces era relativamente sencillo, y José Luis Veira lo hizo muy bien porque desde el primer momento quiso una facultad con empleo estable. De hecho, fue cuando entramos todas Rosa[5], Ana[6], Carmen[7], Antón, Vicente, de titulares y los que no entraron de titulares era porque no tenían la tesis.

Entonces fui la mujer más feliz del mundo por tener un trabajo bonito y una hija sana. Disfruté muchísimo esos primeros años de docencia y Beatriz fue una niña encantadora, no dio ningún problema en la crianza.

Con 28 años era madre y con 31, tras una estancia de trabajo en Cuba, en agosto de 1995 se separa. No puede abandonar la vivienda hasta que en marzo de 1996 un juez en dicta las medidas provisionalísimas.

Entonces todavía existía la figura del abandono del hogar que te quitaba derechos para la custodia. Tuve un divorcio complicado porque peleamos en los tribunales durante dos años por la custodia. Finalmente se arregló y Bea creció prácticamente en custodia compartida con su padre, pero manteniendo yo la custodia principal y el eje de la transmisión de valores. Tuve suerte de tener bastante trabajo también al margen de la universidad y poder ir haciendo cosas para sacar a Bea adelante sola.

Separada, con su familia en Madrid, la red de amigas y el padre de su hija fueron esenciales para conciliar vida profesional y personal.

Siempre que llamé a su padre para pedirle que se quedará con Bea, aceptó. Y luego la red de amigas, una red informal de cuidados brutal. Y un trabajo privilegiado, dado que salvo las horas de clase el resto del trabajo lo podía justificar en casa. Bea iba a clase con un horario parecido al mío, de 9 a 17h más las actividades extra-escolares que realizábamos en el grupo informal de cuidados. Siempre procuraba que los fines de semana que tenía a Bea vinieran amigas para compensar un poco a todos esos amigos y amigas maravillosos que cuidaban de mi hija durante la semana y cuando yo estaba de viaje, y también para que creciera en tribu. Ha pasado también mucho tiempo dibujando con Lucía, la secretaria del departamento; la dejaba un ratito mientras daba clase. Porque eso sí, nunca he dejado a los estudiantes sin clase porque, al fin y al cabo, un artículo podía esperar o un trabajo de campo, pero las clases era un compromiso ineludible. También iba bastante Madrid y la dejaba con los abuelos. Cuando tenía más trabajo le decía “mami, ¿por qué no te vienes 15 días?”, y era una maravilla claro, trabajaba sin culpa, sin agobios, todo eso que nos pasa a las madres.

Esos años de profesora universitaria fueron muy felices. En la universidad tenían muy buen ambiente.

Éramos muy compañeros; muy compañeras sobre todo.

En 2004, a punto de cumplir 40 años, da un volantazo en su vida y comienza su etapa política.

Me entró una crisis de cambio de las que han manejado mi vida, esa pulsión que tengo al cambio. Llevaba colaborando unos años con el Partido Socialista, lo que se conoce en el mundo político como una simpatizante. Me había alejado de Izquierda Unida desde los tiempos de Anguita y me sentía más a la izquierda del Partido Socialista. Entonces Javier Losada me ofreció ir en la lista con Paco Vázquez en el 2003, pero le dije que no. En 2004 me llamo otra vez para ser subdelegada del gobierno y le dije que sí. Tenía ganas de cambiar, de gestionar, era el momento de dar otro salto mortal.

Fueron los tres años mejores de mi vida profesional junto a los primeros de la Universidad; disfruté muchísimo, me gustó muchísimo mandar, ejercer el poder de una manera democrática. Me gustó la gestión y ver cómo la política podía cambiar cosas. Además, fue el primer gobierno de Zapatero del que me sentí muy orgullosa; hicieron leyes como las de igualdad, la regularización de inmigrantes, la ley contra la violencia de género, la ley de dependencia…, leyes que fueron realmente un hito de los derechos sociales en este país. Todos los días era decir “qué bien, de qué me voy a sentir orgullosa hoy de este gobierno”. Aprendí muchísimo, aprendí mucho del funcionamiento de la administración. En el 2007 me presento a las listas de concejala y empiezo a trabajar en el Ayuntamiento de A Coruña; las áreas que me tocaron fueron áreas complicadas. Tuve algunos problemas serios de salud en ese mientras tanto y eso, de alguna forma, influyó en mi estado de ánimo y en mi visión del trabajo.

El caso es que en el 2011 decidí regresar a la universidad, pero me costó bastante adaptarme de nuevo. Siempre con el gusanillo ese que se me había inoculado de la política. Hasta que la oportunidad llegó en el 2019 cuando salí elegida senadora, pero la alegría duro poco porque en la repetición de elecciones me quedé fuera. Me dio mucha pena porque me imaginaba que a los 54 iba a dar un triple mortal de los que me gustan; pero sigo sintiéndome una privilegiada con un buen trabajo.

En 2012 se casa con el que es su compañero desde hace casi 25 años.

En la vida universitaria no sintió especial machismo, aunque es cierto que los puestos de dirección siguen copados por más hombres. Pero en su desempeño como política, sí pudo constatar las barreras que sufren las mujeres.

Solamente las leyes y las cuotas están cambiando las cosas y, aun así, hay que hablar de una triple cuota de género. Porque la cuota de la presencia ya está garantizada en política por la paridad en las listas, pero faltan dos cuotas todavía que son los retos: la cuota de la permanencia y la cuota de la híper élite. Primero, repetimos mucho menos que ellos; hay estudios objetivos dónde se ve que sistemáticamente en todos los parlamentos regionales en España y en nacional el índice de repetición de las mujeres es mucho menor, es decir, que llegamos pero no repetimos. Probablemente porque también vamos en menos puestos de salida, aunque ahora ya también hay partidos (como el PSOE) que obliga a la paridad también en puestos de salida. Y la tercera cuota es la de la híper élite, es decir, si estamos realmente dónde se manda de verdad y ahí todavía no hay tanta presencia femenina. Es un trabajo que tenemos que permanentemente seguir haciendo las mujeres y los hombres que nos quieran acompañar, que espero que sean todos o casi todos. Como nadie cede soberanía gratis hay que hacerlo por las buenas o por las regulares. Soy una defensora a ultranza de las cuotas y de las medidas coercitivas para que donde no hemos podido llegar porque no nos han dejado, tengamos la obligación de estar.

Esta última etapa en la política noté que cuando hacía alusión al machismo la gente se quedaba un poco en shock ya que creen que con las cuotas ya está todo hecho, y no. Por eso es necesario que mientras ellos no lo piensan por sí mismos lo hagamos las demás a través del cumplimiento de las leyes.

Hablar de diferencias en el ejercicio del poder en política de mujeres y hombres le resulta un tema complejo.

Este es un tema siempre resbaladizo y chirriante porque si dices que gobernamos de otra manera parece que tenemos un eterno femenino, y si no lo hacemos parece que nos estamos queriendo parecer a los hombres. Entonces es un tema del que entro y salgo no sin dificultades.

Creo que en general las mujeres somos más negociadoras; probablemente porque estamos más presentes en el ámbito de los cuidados y los cuidados tienen algunas características y el de la negociación es uno de ellos, así como el afecto. Así que esa negociación y no imposición creo que nos sale más fácil por una cuestión de experiencia. Ellos sienten más facilidad para un sistema de ejercicio de poder más autoritario; el nuestro es más cooperativo, más dialogante. Cuando dices que te gusta mandar o que te gusta el poder, dicho en una mujer suena raro y a los hombres se les da por supuesto. Nosotras tenemos que decir que queremos estar ahí para hacer lo que hacen ellos, que es cambiar las cosas desde el ejercicio del poder.

Sobre la prevalencia de la sororidad o la competencia entre mujeres…

He encontrado más sorodidad; a lo mejor la competencia es más es un tema de empresa privada. En la universidad no hemos competido con nadie que no seamos nosotras mismas, y en la política mis compañeras han sido compañeras. Desde luego, si tuviera que ajustar cuentas sería más con varones que con mujeres. Tuve apoyo y crecí con ellas y sin embargo sí tuve zancadillas de hombres. Es mi experiencia, no sé si será casual, pero no he visto mujeres tan competidoras como para no sentir empatía; quizás también porque yo me relaciono con mujeres de izquierdas y no se les ocurre decir esas gilipolleces del mérito y de que sólo llega la que vale igual.

Sobre su balance y aporte en su carrera profesional.

No me siento muy orgullosa de mi carrera académica, aunque creo que he sido una persona honesta en el sentido de transmitir a los y las estudiantes una forma de entender el mundo que tiene que ver con la igualdad y con los valores de la solidaridad y la justicia, a través de la sociología. Hacer entender por qué el mundo es desigual y cómo puede ser un poco más igual; y al final siempre llega la política, obviamente, para cambiar este mundo.

En la carrera política creo que gestionaba bien. La época del ayuntamiento fue muy complicada pues había un conflicto abierto y yo hice, creo, una buena negociación. En la época de la subdelegación, de lo que sí me siento orgullosa es “darle un toque femenino”, y esto tiene que ver con lo que hablábamos antes (aunque me siento un poco incómoda diciéndolo).

Los jefes policiales me tratan con afecto y yo sé que imprimí “un algo” a lo que no estaban acostumbrados. Por ejemplo, preguntarles por sus hijos, cómo se sentían, una relación un poco más amable. Ellos sabían que yo mandaba, no hacía falta todo el tiempo estar demostrándolo, sino todo lo contrario, hacer un ejercicio de la autoridad más cooperativo, más basado en una escucha activa, de fiarme mucho de lo que ellos me decían, por eso yo creo que esa forma de entender el poder era un poquito diferente a lo que estaban acostumbrados.
Me gusta la cercanía, no me gusta la distancia social. Siempre procuro sonreír; yo creo que mejora el mundo, mejora el mío desde luego. La amabilidad mejora el mundo y hay que tratar de ser amable casi todo el tiempo. También tengo una mala leche que no me cabe en el cuerpo cuando toca, pero en general, yo creo que si pones un poco de amabilidad en el mundo, el mundo te lo devuelve.

Lo que más ha marcado su vida…

La maternidad, obviamente, es lo “más para siempre” que hay. Pero no me vino así de entrada, o sea, la construcción de la maternidad. Diría que ha sido un proyecto en proceso en el que no siempre me sentí muy orgullosa. Me ha costado algunos años pero ya me voy reconciliando, y ahora mismo es lo que más me llena, esa sensación de amor infinito que tengo hacia mi hija. Muy bonito, no lo cambio por nada.

El mayor orgullo…

Las relaciones que he ido construyendo a mi alrededor. Puede decirse que trato de construir “pequeñitos mundos amables” cerca de mí. Es una cosa muy pequeña, pero lo pequeño es hermoso.

Lo más difícil…

He tenido tanta suerte en mi vida que no sabría qué decirte. Quizás porque me olvido en seguida de las cosas malas y eso es una ventaja. El ser optimista está lleno de ventajas, no sé por qué la gente no quiere ser optimista.

Y ¿cómo te gustaría acabar?

Hablando de las mujeres, que no debemos rendirnos.

La sociedad cambia, la sociedad occidental ha dado enormes pasos de gigante si comparamos el presente con la vida de nuestras madres y abuelas, pero todavía hay mucho por hacer. Mi hija tiene que ser más igual de lo que yo he sido y, por tanto, todavía hay camino para recorrer para la Igualdad. Y esa igualdad la tenemos que hacer también de la mano de los hombres, porque si conseguimos ser iguales al otro 50% pero en el camino nos separamos de ese 50% no vamos a conseguir nada bueno, o al menos no tan bueno como ir de la mano. Les pediría a ellos más implicación. Me da igual que asuman la igualdad como una obligación, pero que caminen de nuestra mano y que esa lucha no se convierta en una guerra, que eso depende de ellos. Que vuelvan al sitio donde nunca han estado que es el hogar. Nosotras hemos hecho el camino hacia fuera, ellos tienen que hacer el camino hacia dentro porque sin corresponsabilidad no habrá igualdad. Nosotras debemos ser pacientes con ellos, en la medida de lo posible, en ese camino.


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