LAS PERSONAS COOPERANTES Y EL MIEDO
Esta semana me ha revuelto y me he parado a pensar en qué interruptor se habría activado, qué grabación.
El miedo.
El miedo está ahí para protegernos de las amenazas. En el caso de las personas que vivimos en movilidad, es de muy difícil gestión, dado que estamos siempre en contextos ajenos a nuestra educación de base, a nuestras estructuras mentales de partida. Cada vez que nos cambiamos de país debemos adaptarnos a un mundo nuevo, donde hay aspectos comunes a nuestras estructuras de pensamiento, algunas parecidas que pueden confundirnos y muchas ajenas a lo que conocemos. Esto nos supone un esfuerzo mental importante, de autocuestionamiento permanente de si estamos realizando una buena lectura de lo que está pasando. En contextos complejos y/o lejanos a nuestra cultura de base, nos provoca una sensación de incertidumbre permanente que nos mantiene en alerta. Obviamente, nuestro sistema nervioso va sufriendo y acumulando heridas y traumas. En mi caso, hay dos situaciones que me han marcado profundamente y que, de tiempo en tiempo, se me activan: lo vivido durante el golpe de estado en Honduras en 2009 y los terremotos de México de 2017.
El 28 de junio de 2009, el día en que los golpes de estado regresaron a América Latina, yo vivía en Tegucigalpa; trabajaba para una ONG española. Trabajaba con compañeras/os hondureñas, mi compañero (que es el padre de mi hija) era hondureño y muchos/as mis amigos/as expatriados/as tenían un esquema de vida parecido al mío. Honduras no era sólo un lugar físico, sino también afectivo.
El 28 de junio llevábamos ya algunos meses esperando que algo pasara. La tensión política era clara e iba in crescendo, así como la creación de un villano en torno a la figura de Mel Zelaya. Esta suele ser la estrategia que se utiliza para deslegitimar a alguien y poder justificar su asesinato, judicialización u otras formas de desaparición. Es una estrategia recurrente en política y en defensoría de los derechos humanos y el medioambiente.
Un amigo que trabajaba con el COPINH nos despertó a primerísima hora de la mañana para confirmarnos que el golpe de estado se había producido y que el presidente había sido sacado a la fuerza del país. Lo primero que hicimos fue salir a comprar agua y comida, recargas para el teléfono y a poner gasolina. Con la mala suerte de que se nos descargara la batería del coche, lo que nos dificultó todo. Llamamos a todas las personas de la familia y amistades; desde ese mismo momento viviríamos pegados al teléfono, al facebook, al mail, al skype y a la cámara de fotos. No teníamos teléfonos inteligentes por aquel entonces.
Mi compañero se fue directamente a casa presidencial, donde multitud de personas fueron llegando. Mucha gente llegaba en grupo con las organizaciones de la sociedad civil o profesionales, otras llegaban en familia. Mucha gente se desplazó, a pesar de los obstáculos, desde diferentes partes del país. También llegaron muchos y muchas extranjeras, sobre todo periodistas independientes que querían romper el cerco mediático y contribuir en un momento que ya sabíamos histórico. A alguna gente le movía su lealtad o admiración al presidente, a otra la defensa de la democracia, a mucha ambas cosas. Yo me fui a casa de una amiga cooperante; en ese momento no sabía ni qué hacer como extranjera en el país. Por la tarde me fui a casa presidencial; no aguantaba esa incertidumbre y , como otras personas extranjeras, pensaba que la presencia internacional en el lugar disminuía el riesgo de que se produjera una matanza.
Todos y todas teníamos en mente los golpes de estado de la región. En nuestras mentes estaba: muerte, desaparición, escuchas, torturas, cárcel. Y eso llegó, sólo que de otra forma mucho más estratégica que sería copiada en posteriores golpes de estado. Iniciábamos la época de la persecución política vía judicial y los golpes de estado argumentados en la ley, en la constitución. La mayor parte de dirigentes de la izquierda latinoamericana que se opusieron a ese golpe, sufrirían procesos similares años después. Honduras, como en tantas ocasiones, era el laboratorio.
Al caer la noche algunos compañeros nos dijeron que era mejor que las extranjeras nos fuéramos. Algunas organizaciones también mandaron a casa a parte de su militancia. Me fui, pero con un listado de periodistas y contactos por si las cosas se complicaban. Los y las cooperantes más cercanos al movimiento social estábamos en permanente comunicación.
En la noche me llamó mi compañero desde casa presidencial. Llovía. Me dijo que les habían cortado la luz y que se escucharan algunos disparos. Me pidió que tomase algo para escribir y empezó a preguntar el nombre de las personas que estaban a su alrededor. Todavía lloro cada vez que me recuerdo escuchando “compañero, su nombre”, anotando. En Centroamérica las desapariciones y asesinatos durante los años 80 están en la memoria colectiva de las familias de tradición de izquierdas. Tomaba nota para poder contar si ellos/as desaparecían. Esa fue, sin duda, una de las peores noches de mi vida. Ese día inició un sentimiento que no se ha ido: el miedo a que asesinen a algunas personas que conozco y quiero. El asesinato de Berta en 2016 lo agravó.
El 29 empezamos a comprender que los asesinatos no serían masivos. Que irían ocurriendo. Una sensación de miedo colectivo se instaló. Se sacaba la batería de los teléfonos en las reuniones. Se desconfiaba de la gente. Se buscaban las “orejas”. Retrocedimos a los años 80, pero con nuevas fórmulas que había que aprender. Yo debía aprender también las de los 80.
Olvidé durante años el velorio Walter Tróchez (asesinado en diciembre de ese año), hasta que Indyra Mendoza me recordó que me pidiera que grabase con su cámara, pues su mano no paraba de temblar. Recordé de pronto mis sentimientos de miedo y culpa cuando me pidieron que la acompañase a reconocer el cuerpo en la noche y yo me negué; no me sentía capaz. La densidad del ambiente en el velorio, con la gente mirando alrededor con desconfianza buscando quien podía ser la persona infiltrada que tomaba nota de las presencias. Se respiraba el miedo.
Recordé también el sentimiento de falta de protección que se resume en un hecho, aunque hubo varios: cuando le comenté a la sede de mi organización que en los análisis que hacíamos en el país se barajaba la posibilidad de un conflicto armado, de una escalada de violencia, pues la resistencia al golpe se mantenía firme y no había señales de un fuerte apoyo externo que revertiese la situación. Me respondió uno de mis jefes: “no te preocupes, que hoy he leído El País y dice que no va a pasar nada”. Esta frase me demolió.
Las personas expatriadas, muchas con parejas del país, íbamos creando una red de protección e información, para nosotros y para nuestros compañeros/as hondureños/as. Enviábamos información permanente a todos nuestros contactos, y buscábamos entre nuestras agendas las personas que podrían ayudarnos a incidir en la situación, a explicar qué pasaba en Honduras.
La frustración se instaló al ver que el paso del tiempo no revertía la situación, no se restituía la democracia. Vivíamos atónitos/as cómo se consolidaba el régimen que nacería del golpe, a pesar de las masivas marchas, con una polarización social enorme. La frustración también se instaló en las personas que trabajábamos en el país. Yo decidí irme a finales del 2010, con heridas profundas. Muchas personas dejaron el país para proteger sus vidas.
He olvidado muchas cosas de esos días. Pero esta semana he sentido algunas de las sensaciones que se instalaron en mí en ese momento. El miedo creo que es la principal, pero va aliñada con la incertidumbre, la falta de claridad sobre la seguridad y ese despertar de un sentimiento muy profundo de ser LA OTRA. Desgraciadamente, los humanos tendemos a simplificar las cosas y, si las personas en movilidad habitualmente actúan non una base de “nosotros-ellos”, las poblaciones que nos acogen, el mundo, hace exactamente lo mismo.
Un NOSOTRAS global facilitaría la empatía, la democracia y la igualdad.
El coaching puede ser una herramienta muy útil para acompañar a los y y las cooperantes, siempre desde una perspectiva de género y de diversidad cultural.