Qué pasa cuando tu paracaídas roto es la organización
Las organizaciones y empleadores/as tienen un compromiso con su personal, como tiene el personal hacia la organización. Cada trabajo tiene unas necesidades y perfiles diferentes, por eso es tan importante el personal capacitado en gestión de equipos, personas y organizaciones, además de en igualdad, para poder llegar a acuerdos y medidas que cubran las necesidades de ambas partes.
La gestión de personas y organizaciones en Cooperación Internacional para el Desarrollo y Acción Humanitaria es muy compleja. Personal de diferentes culturas y lenguas, personas expatriadas, contextos peligrosos, necesidad de perfiles de gestión y de expertos/as en múltiples temáticas, cambios en el tamaño de la organización rápidos, legislaciones locales diversas … entre otras cosas. La gestión de personas en movilidad, el trabajo en contextos muy diversos y la seguridad, son aspectos que requieren tomar medidas adaptadas a los diferentes escenarios. La organización debe ser un paracaídas que de confianza al personal, dado que los contextos de trabajo son muy diversos y complejos, y conciliar una vida en movilidad es de por sí ya complicada.
Algunas organizaciones han puesto en el centro la gestión de personas, muchas todavía no lo han priorizado. No tener profesionales de la gestión de equipos adecuados provoca disfuncionalidades enormes en el trabajo y en las plantillas. Las personas son el recurso más importante en el trabajo en CID y AH, cuidarlo es un deber, como en cualquier otro sector.
Voy un par de ejemplos de situaciones que me han ocurrido a mí, que creo que ejemplifican bien lo que yo llamo tirarse con un paracaídas roto.
Terremotos: cuando todo se tambalea
Hace unos años viví dos terremotos de los que, sin duda, me han quedado heridas. Justo este año hice tránsito aéreo por la ciudad en la que vivía y se me vinieron todos los sentimientos de esa época.
Mi hija tenía 4 años, vivía con ella y su padre en un octavo piso en el que nos mudáramos hacía poco tiempo. El primer terremoto fue por la noche; no impactó mucho en algunos lugares de la ciudad, pero sí en mi casa que se movía como un barco en una tormenta. Tuvimos que bajar los 8 pisos entre escombros, mi marido descalzo y con la niña en brazos. La imagen de verla temblar de miedo es algo que me cuesta recordar sin alterarme. Pero ese fue el terremoto pequeño.
A los pocos días hubo un segundo terremoto. Yo estaba en mi oficina, que estaba en un barrio no muy lejano del mío, dando una formación sobre género al equipo. Cómo olvidarlo. No podía creerme que hubiera otro terremoto, hasta que una compañera me dijo que teníamos que salir ya. Era impresionante ver cómo se movía la carretera, el suelo, pero como no se escuchaban cosas caer como en el anterior en mi casa, por alguna razón, no me asusté mucho en el primer momento. Mi marido me mandó un mensaje (las comunicaciones estaban ya saturadas) diciéndome que ya iba a por nuestra hija. Yo agarré mi bicicleta y fui a casa. Tomé conciencia de lo que había sucedido en el camino, pues eran mares de personas evacuadas y en pánico. Al llegar a mi barrio, uno de los más afectados, me pareció una zona de guerra. Mi marido estaba ya con mi hija y habían clausurado el edificio en el que vivíamos. No podíamos entrar. Estábamos muy felices por estar vivos. La guardería de mi hija no volvería abrir (por suerte no se le cayó encima el edificio contiguo); verlo era un mal recuerdo, aunque también una alegría en cierta manera. Una amiga nos acogió pero a la semana, cuando veíamos que regresar a nuestra casa sería difícil, decidimos buscar un apartamento turístico mientras buscábamos un nuevo hogar. Esto era un reto, pues éramos muchos haciendo lo mismo, los precios subieron y mi salario no daba para mucho margen.
Cuando hay un terremoto, el suelo tiembla durante meses. Y ese fue muy grande. Al tercer día del mismo subimos a nuestro apartamento a hacer maletas y sacar las cosas de valor (había ya saqueos) y tuvimos que recoger todo de rodillas porque nos mareábamos.
Los colegios cerraron durante bastante tiempo. Yo fui desde el día siguiente a mi oficina para trabajar en la respuesta humanitaria. De ese tiempo recuerdo pasar algunos meses con un dolor de cabeza permanente por el estrés.
Una compañera de mi sede me escribió pasadas unas 3 semanas para preguntarme si me había incorporado ya a la oficina. Le respondí que yo nunca me había ausentado de mi trabajo y que no estaba muy bien, dada mi situación personal, sin casa ni colegio. Ahí es donde me di cuenta de que nadie me había escrito hasta ese momento para preguntarme si necesitaba algo o si me convenía salir del país durante algún tiempo. Yo iba en automático, tenía muchos problemas que resolver en el trabajo y vida. Un compañero de trabajo preguntó a sede si podrían darme algún tipo de ayuda económica para cubrir los enormes gastos que estaba teniendo, en un piso turístico y con muchas cosas rotas; respondieron que no.
Encontramos un nuevo hogar, pero el que fuera en el mismo barrio del que tuviéramos que irnos por el terremoto, no fue fácil. Tardamos mucho tiempo en dormir.
Pandemia entre dos tierras
Cuando inició la pandemia, yo me encontraba en un país pobre, frágil, violento, inestable políticamente y muy vulnerable ante las crisis causadas por fenómenos de la naturaleza. El sistema de salud público y privado estuvieron rápidamente colapsados. Se estableció desde el primer momento confinamiento y estado de sitio, que duraría unos 5 meses en los que podíamos salir sólo a la compra una o dos veces por semana (dependiendo del periodo) por turnos marcados por el número de identidad, o con salvoconducto por trabajo. Las escuelas estuvieron cerradas hasta el curso 2022-23. Mi hija tenía 7 años.
Yo me encargaba, además de otros sectores de trabajo, de la respuesta humanitaria, por lo que asistía a casi todas las reuniones sobre el tema. En junio, el pronostico que existía (que al final y afortunadamente no sucedió) era que en agosto o septiembre habría un “pico” con una mortalidad como la vista en España. Era un pronóstico aterrador en un país que difícilmente consigue gestionar los cadáveres de la violencia. Todas la agencias internacionales evacuaron a su `personal expatriado o le dieron la posibilidad de teletrabajar desde otro lado, si les convenía. En mi trabajo nos lo prohibieron . Cuando surgía alguna pregunta sobre posibles evacuaciones en caso de enfermedad grave u otras situaciones, se nos respondía que no había un plan. Otras organizaciones elaboraron planes de posibles evacuaciones sanitarias en países cercanos en mejor situación. Al tener un cargo en el sindicato, me contactaban muchísimas personas que tenían alguna condición de riesgo, que necesitaban ir a atender a sus familiares mayores en España, que estaban embarazadas o con menores en contextos muy complicados. Recuerdo a una persona que dependía de medicación que llegaba de España y que, obviamente, con las fronteras cerradas, difícilmente podría recibirla.
Solicité teletrabajar un mes y tomarme vacaciones otro para poder ir a dejar a mi hija a España, pues consideraba que o era más adecuado considerando el pronóstico existente, un confinamiento extremo, sin escuela, con sus progenitores con una carga de trabajo enorme por la emergencia. Me costó mucho que terminaran aceptando mi salida del país para dejar a mi hija en España, en un vuelo de emergencia (que pagábamos nosotros) pues las fronteras estaban cerradas. Otras personas del equipo también lo hicieron. Todavía me cuesta entender cómo se podían bloquear salidas de los países, en una situación de teletrabajo general, sin preguntar por las condiciones de cada persona y familia, sin facilitar una ruta o medidas en caso de que algo ocurriese.
Al primer día de llegar a España, mi hija dijo “Esto no es otro país, es otro planeta”, al ver a gente en la calle.
Cuando pensaba en la imagen del paracaídas roto, se me vinieron estas dos experiencias. Tengo algunas más, propias y ajenas. Es difícil tomar decisiones y trabajar en condiciones complejas con un “paracaídas” roto. Creo que cuando se tienen personas a cargo, mayores o menores, los cuidados y la seguridad, suben bastante en el ranking de preocupaciones de las personas trabajadoras. Cuando tenemos que proteger a otras personas, necesitamos más certitudes.
Desde mis primeros años de trabajo en cooperación, estudio sobre gestión de equipos y personas, pues lo considero un ámbito esencial para nuestro día a día. En cooperación y Acción Humanitaria, el personal de recursos humanos debe conocer bien las condiciones de vida y necesidades del personal, que son muy diferentes según el contexto y condición de las personas. Debe ser personal experto, con formación en género, seguridad y cooperación, … y con altas dosis de liderazgo, empatía y habilidades de comunicación y gestión del conocimiento.
La seguridad y la confianza son aspectos esenciales en un equipo. Sin ellos, tal vez no estemos hablando de equipo.