La violencia, pilar de la desigualdad de género
Hace unos días que le doy vueltas a cómo terminamos naturalizando el efecto diferenciado de la violencia en mujeres y niñas, hasta a veces ni verlo. Cómo afecta nuestras vidas y sueños el vivir en contextos marcados por la violencia y cómo la violencia que se ejerce sobre las mujeres tiene rasgos y consecuencias particulares.
Eso, a pesar de trabajar directamente sobre desigualdad y violencia basada en género. Pensé esto, pues había olvidado algunos episodios de mi trabajo y vida en Centroamérica que han afectado tanto mi trabajo como mi actuar. Lo que dices y omites, dónde y con quien vas, la organización de la vida.
Las maras y los procesos feministas
Hace años trabajé en una colonia nacida tras el Mitch, con todo lo que ello conlleva. Desde la creación de la colonia, la organización local feminista con la que trabajaba se había instalado para acompañar a mujeres y niñas y prevenir la violencia basada en género. Tengo la dicha de haber visto los efectos positivos de contar con un enfoque feminista en procesos de reubicación, sobre todo en algunas niñas que son ahora mujeres.
Pero también tengo experiencia de lo contrario: de cómo el machismo y la violencia abortan los procesos de crecimiento y posibilidad de cambio en mujeres jóvenes. En el proyecto, varias mujeres jóvenes de la colonia y aledañas, que llevaban desde su niñez en formación feminista, trabajaban ya como mediadoras. Algunas de ellas comenzaron a salir con mareros y miembros de grupos criminales, dando con ello un volantazo a sus vidas (que prometían ser diferentes a las de sus madres). A pesar de la formación recibida, de conocer bien los costos del “amor romántico”, la masculinidad tóxica y las consecuencias sobre las mujeres de los conflictos, tomaron malas decisiones.
Un día me llamaron para decirme que una de las mediadoras estaba en prisión. Su novio había recibido un machetazo en la cabeza. Finalmente, ella terminó emigrando. Con él. Supe de que otra, madre extremadamente joven, que se ennovió con un hombre cercano al narco; pasó años desplazada, huyendo.
Que un marero se encapriche de tu hija
Una de mis compañeras de trabajo, expatriada como yo, sufrió un fuerte estrés por una situación que la tocó afrontar que afectó temporalmente su salud.
En su casa trabajaba una mujer que tuvo la desdicha de que un marero se encaprichó de su hija. Sabemos que el “amor” no se negocia con los mareros. Mi amiga, junto a otras cooperantes, le compraron un terreno a la señora, buscaron opciones para que la niña y sus hermanos estudiasen en seguridad, todo ello con el riesgo que esto suponía para su propia seguridad: por ayudar a esquivar los deseos de la mara, por extranjeras y por mujeres.
Al final, esa niña que es ya una mujer joven, está asilada en España desde ya hace un tiempo, con ayuda de mi amiga.
Obviamente, si eres empática y comprometida (como debería ser cualquier cooperante), es imposible que estas vivencias no te afecten.
Ser madre en entornos violentos
Mi hija es hondureña. Como las mujeres hondureñas, sé perfectamente que ser mujer en Centroamérica dista mucho de ser hombre. Sé bien que hay que tomar muchas precauciones y que nuestras hijas tendrán movilidad reducida de por vida en la región. Pero la diferencia entre ser europea o centroamericana es en la digestión de estas certezas, marcada por la educación y estructuras de base, así como la resiliencia. Me falta resiliencia y aceptación, así que tengo digestiones complicadas. Me di cuenta de esto cuando comencé a escribir sobre historias de mujeres, al ver mi estado energético tras escuchar sus vidas.
En Centroamérica, el abuso a niñas y las niñas criando a sus hijos/as están a diario frente a tus ojos (todos frutos de la violencia; muchos hijos de sus padres, hermanos, vecinos…). Las cifras de feminicidio (en 2022 casi 300 feminicidios y un 95 % de impunidad, según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras) y violencia basada en género son aterradoras, más aún conociendo el subregistro. Desde hace unos años, con el aumento del narcotráfico y los cambios en la estructura y negocio de las maras, ha aumentado mucho también el secuestro de niñas y mujeres jóvenes, con fines de trata. La mexicanización de Honduras.
Esto impacta en cómo se nos ve y en nuestra libertad. Afecta en nuestra conciliación de la vida personal y laboral (principalmente en las mujeres, ya que debido a la desigualdad seguimos ocupándonos más de las responsabilidades de cuidado), a nuestro estrés y en nuestra forma de vivir.
Las violencias basadas en género nos dicen también el valor que tenemos las mujeres en una sociedad que, obviamente, afecta nuestro estilo de vida, nuestra carrera profesional y en cómo desarrollamos nuestro trabajo.
El trabajo en desarrollo y acción humanitaria en entornos violentos
La violencia marca el trabajo en cooperación y acción humanitaria (AH). Tanto en la vida diferenciada de mujeres y hombres expatriadas, como en los proyectos.
El impacto en mujeres y niñas de la violencia es muy fuerte e influye tanto en la identificación como en la implementación de los proyectos. Por mucho que me pese, todavía no podemos afirmar que el mainstreaming de género esté generalizado en el sector, ni que todo el personal de los organismos internacionales tengan la conciencia y formación adecuada para poner en el centro este asunto. Obviar la necesidad de realizar un análisis diferenciado de género, provoca que la cooperación tenga efectos desempoderantes en mujeres y niñas en más ocasiones de las deseadas.
En lo que se refiere a la expatriación, es esencial para cualquier organización con personas expatriadas considerar lo que supone vivir en entornos violentos, con perspectiva de género, poniendo en el centro el interés superior del menor. Por ello, es esencial contar con equipos de gestión de recursos humanos bien formados en gestión de personas y género.